Si te cuento, que hoy en las apretadas calles de Amsterdam vi a un par de niños blancos como la leche, chocando puños con un agente policial oscuro como el café tostado, que les sonreía y les seguía el juego.
Que pasé por el parque de diversiones del Dam y vi a un puñado de chicos lanzado gritos de furor al balancearse en un remolino que casi tocaba el cielo.
Que vi a una joven posando frente al Sex Museum. Que al lado opuesto de la calle, unos padres juguetones fotografeaban sus pequeños, cuando se divertían subiéndose sobre las resbaladizas esculturas de coloridos elefantes hindúes.
Si te cuento que crucé a la parte norte, y navegando en el ferry me di cuenta que a pesar del invierno prematuro, el sol me calentaba y que sólo unas finas nubecillas se asomaban a ver el río y sus largos barcos desde lejos.
Si te cuento, que la mesera del lugar donde almorcé tenía el pelo canoso y largo (más allá de los hombros), adornado con flores de plástico y las muñecas rodeadas con aros dorados que sonaban como campanillas de monasterio.
Si te cuento, que en la estación central vi a una joven pareja. Sentada sobre sus piernas, ella le arropaba el cuello y él le tocaba su nariz con su nariz.
Si te cuento, que en el tren de partida, la adolescente frente a mi asiento me sonrió más de una vez, y volvió a sonreir cuando reemplacé mis oscuras gafas de sol por mi lentes de montura azul acqua.
Que a través de la puerta de cristal, en el vagón de primera clase vi al sesentón más guapo del mundo charlando con dos chicos que soñarían envejecer como él.
Que el paisaje plano y sereno me habló y me dijo que no podía ofrecerme montañas, pero que me regalaba el lento atardecer y el verdor de los pastos.
Si te cuento que ya era de noche al regreso y que la gente ya no sonreía. Que al desmontarme del tranvía un joven esbelto, con maletín y traje de oficina encendía un cigarrillo y caminaba fugazmente, como si no se diera cuenta que ya era hora de olvidar el trabajo y amar lo que le quedaba del día.
Si te cuento que al llegar a casa, a pesar de sentir la soledad y el frío abriéndome la puerta, me miré al espejo y le pregunté a mi reflejo con una amplia sonrisa: que sería de la vida sin un 'dagje Amsterdam' ?
Que pasé por el parque de diversiones del Dam y vi a un puñado de chicos lanzado gritos de furor al balancearse en un remolino que casi tocaba el cielo.
Que vi a una joven posando frente al Sex Museum. Que al lado opuesto de la calle, unos padres juguetones fotografeaban sus pequeños, cuando se divertían subiéndose sobre las resbaladizas esculturas de coloridos elefantes hindúes.
Si te cuento que crucé a la parte norte, y navegando en el ferry me di cuenta que a pesar del invierno prematuro, el sol me calentaba y que sólo unas finas nubecillas se asomaban a ver el río y sus largos barcos desde lejos.
Si te cuento, que la mesera del lugar donde almorcé tenía el pelo canoso y largo (más allá de los hombros), adornado con flores de plástico y las muñecas rodeadas con aros dorados que sonaban como campanillas de monasterio.
Si te cuento, que en la estación central vi a una joven pareja. Sentada sobre sus piernas, ella le arropaba el cuello y él le tocaba su nariz con su nariz.
Si te cuento, que en el tren de partida, la adolescente frente a mi asiento me sonrió más de una vez, y volvió a sonreir cuando reemplacé mis oscuras gafas de sol por mi lentes de montura azul acqua.
Que a través de la puerta de cristal, en el vagón de primera clase vi al sesentón más guapo del mundo charlando con dos chicos que soñarían envejecer como él.
Que el paisaje plano y sereno me habló y me dijo que no podía ofrecerme montañas, pero que me regalaba el lento atardecer y el verdor de los pastos.
Si te cuento que ya era de noche al regreso y que la gente ya no sonreía. Que al desmontarme del tranvía un joven esbelto, con maletín y traje de oficina encendía un cigarrillo y caminaba fugazmente, como si no se diera cuenta que ya era hora de olvidar el trabajo y amar lo que le quedaba del día.
Si te cuento que al llegar a casa, a pesar de sentir la soledad y el frío abriéndome la puerta, me miré al espejo y le pregunté a mi reflejo con una amplia sonrisa: que sería de la vida sin un 'dagje Amsterdam' ?
2 comments:
Me ha encantado el formato y el estilo, el viejo sesentón, el olvidarse de maletas y trabajo y empezar a amar.. una radiografía costumbrista muy romántica, chapeau
Beautiful Amapola, I sea a tender and spicy heart touched by life, a life, one that goes and comes without letting us take away our desire, capricious desires. Instead it leads us through a road which we need to cover. The message implied: grasp the experience, become stronger, and move on, but always keep on writing. The big question ¿what means to become stronger?
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